Además de la restricción calórica y el ejercicio físico, la ingesta de determinadas sustancias inducen el proceso de autolimpieza a nivel celular conocido como autofagia. Pero esto no quiere decir que nos lancemos a tomarlas por nuestra cuenta.
Desde que el científico belga Christian de Duve acuñara el término autofagia y ganara el premio nobel en 1974 por su descubrimiento sobre los lisosomas, unos orgánulos celulares que se encargan de digerir desechos de nuestras células, la investigación sobre este proceso interno de nuestro cuerpo ha ido en aumento. Hasta el punto de que hoy está más en auge que nunca. Especialmente es así a partir de los descubrimientos del biólogo japonés Yoshinori Ohsumi, quien también recibió un nobel en 2016 por sus trabajos sobre este mecanismo natural que contribuye a estar más sanos y vivir más años.
La autofagia “favorece la regeneración celular y es por ello por lo que este proceso está implicado en el incremento no solo de la longevidad, sino de una longevidad más saludable, como ha sido demostrado experimentalmente en muchos modelos animales y estudios epidemiológicos en humanos”, afirma José Manuel Fuentes Rodríguez, miembro de la Sociedad Española de Autofagia (SEFAGIA) y catedrático de la Universidad de Extremadura.
El científico explica qué es el proceso de autofagia: “La célula es capaz de digerir parte de sus contenidos, ya sea con fines de obtención de energía, o bien con el objetivo de la eliminación y reutilización de componentes alterados de la misma, una especie de sistema de recogida de la basura celular y reciclado de la misma”.
Los estudios que abordan este mecanismo de autolimpieza y regeneración, precisa Fuentes, acumulan cada vez más evidencia sobre su papel en el origen y control de múltiples procesos patológicos, como las enfermedades neurodegenerativas, cáncer, alteraciones inmunológicas o enfermedades metabólicas. "Recientemente, un grupo español ha publicado su rol en la resistencia a los tratamientos en tumores de mama y gástricos. Y un grupo americano ha desvelado cómo el envejecimiento desencadena la pérdida gradual de autofagia y cómo podríamos intentar restaurar esta función, con el objetivo de retrasar o incluso prevenir enfermedades neurodegenerativas como el Huntington”, destaca el investigador.
Tipos de autofagia: macroautofagia, microautofagia y CMA
Fuentes comenta que cuando hablamos de autofagia en realidad se refiere específicamente a la llamada macroautogia, que es la más conocida de las tres que existen. Las otras son la microautofagia y la CMA, que es la autofagia mediada por chaperonas (unas proteínas), según detalla el científico. En esta última, “contamos con la fortuna de que la científica española Ana María Cuervo sea una de las referentes mundiales en su laboratorio en el Albert Einstein College of Medicine de Nueva York”, apunta.
Acciones que activan la autofagia
Fuentes señala que es posible inducir la autofagia de forma externa de tres maneras: con la restricción calórica, el ejercicio físico y la ingesta de un grupo de sustancias denominadas miméticos de restricción calórica (CRM de sus siglas en inglés). Mientras que “la obesidad ejerce el efecto contrario”, aclara.
La investigación sobre autofagia ha desvelado que la principal de las tres a la hora de activar este proceso es la restricción calórica, incluido el ayuno intermitente. “Experimentalmente es la manera más sencilla que tenemos para inducirla tanto en modelos in vitro como in vivo. Aunque más que ayuno a mí me gusta hablar de restricción calórica, es decir de ingerir un porcentaje inferior de calorías y que esa ingesta se produzca también siguiendo unos patrones de tiempo. Lo que está claro es que cualquier tipo de restricción calórica va a inducir autofagia y existen muchas “recetas” para hacerlo”, subraya el catedrático basándose en todos los estudios existentes sobre este proceso.
En este sentido, y a modo personal, el investigador se ciñe al popular refrán “Desayuna como un Rey, come con un príncipe y cena como un mendigo”, que él resume en “alargar el período fisiológico de ayuno nocturno, es decir, ir disminuyendo la ingesta calórica durante el día, hasta llegar a una cena ligera, baja en calorías, pobre en azúcares libres y que se realice a una hora más temprana de la que los españoles hacemos habitualmente, por ejemplo, a las 20.00”.
En cuanto a las sustancias capaces de activar la autofagia, “los miméticos de restricción calórica que simulan el proceso de ayuno al impactar sobre proteínas implicadas en el proceso de autofagia”, fuentes enumera las más conocidas:
Resveratrol, abundante en las uvas y, por tanto, en el vino tinto. “Aunque las cantidades presentes aquí no sean terapéuticas”, aclara Fuentes. Si bien ya se comercializa en forma de cápsulas que sí aportan esas concentraciones efectivas.
Espermidina, frecuente en queso madurado, frutos secos, frutas (especialmente manzanas) o verduras (champiñones, brócoli, coliflor y lechuga)
Hidroxicitrato, presente en plantas tropicales como la Garcinia cambogia.
Metformina, fármaco prescrito a personas con diabetes.
Si bien la autofagia se relaciona con la longevidad, una mejor salud cardiovascular y del sistema nervioso central inmunológico, la pérdida de peso y un adecuado control metabólico, Fuentes advierte de que “la activación exacerbada de la autofagia también puede ser perjudicial, porque cualquier tipo de intervención sobre la misma ha de ser supervisada por profesionales”. Y aunque se conocen los efectos beneficiosos de la autofagia, se debe tener en cuenta que “todavía estas sustancias, la restricción calórica y el ayuno intermitente no están al nivel de una prescripción médica para inducirla”.
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