La adolescencia es una etapa llena de cambios físicos y emocionales. En ella encontrarán el camino de quiénes son y crearán su propia identidad. Pero también es en este periodo donde la ira se puede descontrolar más fácilmente. Los adolescentes viven intensamente sus emociones y, por ello se pueden dejar arrastrar por éstas sin ser conscientes de sus consecuencias.
Esa emoción se suele activar cuando la persona siente frustración porque la realidad no se desarrolla como desearía. María Ramos, psicóloga y responsable de Aula Familia de EnpositivoSí, afirma que la ira también puede estar asociada a la impaciencia. “Es una emoción moral porque se dispara ante la sensación de injusticia contra uno mismo o el prójimo. Se desata, cuando según nuestro criterio, los demás atentan contra nuestros valores, la libertad o la propia integridad”, aclara. Sin embargo, la ira también una parte positiva, ya que tiene utilidad de supervivencia, que les sirve a los adolescentes para movilizar su energía, motivarlos al cambio o darles valor para hacerse respetar.
Pero, ¿es cierto eso de que la ira suele ir asociada a la agresividad? La especialista apunta que la ira por un lado quiere protegernos, pero que también puede ser un detonante peligroso si no se controla, y esa agresividad es la tendencia a mostrar conductas de confrontación. Ramos incide en que la ira se puede mostrar de dos maneras diferentes:
De forma inhibida: cuando ante una situación de tensión nos bloqueamos de tal forma que no somos capaces de expresar lo que opinamos y sentimos. Nos encerramos en nosotros mismos y no conseguimos resolver la situación. Baja la autoestima porque no somos capaces de defender nuestros derechos. Solemos guardar toda la tensión hasta que un día explotamos.
De forma explosiva: cuando ante una situación de tensión nos alteramos hasta el punto de ser violentos verbalmente e incluso puede que físicamente.
El poder de la relajación
El proceso de pérdida de control pasa por nuestra cabeza y pensamientos, que hacen que aumente la ira. Puede ser una palabra o una frase que se repite internamente y de manera constante, y hace que la tensión aumente. Los pensamientos nublan la capacidad de control y, en general, siempre suelen los mismos. Ramos señala:
Tendencia a dramatizar: es terrible.
Injusticia: no es justo.
Etiquetas negativas: eres un animal.
Generalizar: nunca, siempre, nunca me haces caso, siempre me regañas a mí.
Culpar al otro.
Normalmente, las pérdidas de control llevan una progresión. Empieza con unas sensaciones físicas, a continuación comienzan a surgir pensamientos negativos y por último, nos alteramos y es cuando llega la explosión con gritos, insultos o golpes.
Por esto, una de las mayores técnicas para controlar la ira, y que les servirá incluso para cuando sean adultos, es la relajación. “Cada persona debe buscar la que forma de relación que mejor le vaya. Puede ir desde escuchar música, dar un paseo, hacer deporte, un baño caliente, hasta leer, tocar un instrumento o hacer un puzzle”, indica Ramos. Escribir también es una buena opción, ya que vomitas todos tus sentimientos y furia plasmándolos en el papel. “El momento en el que podemos controlar las emociones con más posibilidad de éxito es cuando empezamos a notar las sensaciones en el cuerpo”, incide la especialista.
Consecuencias de no controlar la ira
Tanto el no saber controlar esta emoción como guardarla durante mucho tiempo puede dar lugar a un elevado nivel de activación psicofisiológica, que se relaciona enormemente con problemas de salud y de comunicación o contaminación de las relaciones personales.
Otro factor a tener en cuenta es que la ira origina más ira, por lo que esta puede poner en peligro al adolescente o a su entorno. En este caso, Ramos indica que es momento de pedir ayuda a un especialista para descubrir qué es lo que está provocando el malestar y enseñarle técnicas para manejar la frustración. “Hay que encontrar una forma sana de buscar la autonomía y la identidad”, concluye Ramos.
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