Siempre se ha dicho que el dolor y el picor constituyen dos caras de una misma moneda. Las últimas investigaciones revelan que hay que renovar este modelo. Para empezar, los tratamientos para cada uno de ellos son totalmente diferentes.
Si alguna vez te has rascado intensamente una picadura de mosquito, habrás pasado de notar picor a experimentar dolor. ¿Eso significa que el dolor y el picor son una misma sensación o, al menos, están relacionados? Todos los indicios apuntan en esa dirección, pero las cosas no siempre son lo que parecen. La investigación científica y el sentido común no tienen por qué ir de la mano.
Hasta hace unos años se pensaba que el dolor y el picor formaban parte de la misma modalidad sensorial y el segundo venía a ser algo así como el hermano pobre del primero. “Se consideraba que las vías de comunicación nerviosa -los circuitos nerviosos- eran compartidos”, rememora Augusto Escalante, investigador del Instituto de Neurociencias de Alicante (CSIC-UMH). Todo cuadraba, pero la ciencia se encargó de refutar esta teoría: se descubrió que existen receptores específicos en la piel que solo reaccionan a los estímulos de picor y no se activan cuando se aplican estímulos dolorosos.
“En realidad, nunca se ha sabido muy bien lo que es el picor”, expone Antonio Clemente, dermatólogo de la Academia Española de Dermatología y Venereología (AEDV), quien cree que esta puede ser una de las razones por las que durante muchos años se sostuvo que el picor -también llamado picazón, comezón y, de forma más técnica, prurito- y el dolor eran dos partes de un todo. De hecho, la definición que recoge la Real Academia Española es muy imprecisa: “Desazón que causa algo que pica”. También se utiliza con frecuencia esta otra descripción que sigue siendo poco esclarecedora: “Sensación molesta que se siente en una parte del cuerpo y que provoca la necesidad de rascarse”.
Sensaciones distintas, pero con cierta relación
Escalante describe la interacción entre el picor y el dolor que, al menos en parte, ha alimentado la confusión. “Cuando sentimos dolor nos rascamos”, enuncia. “Y al hacerlo disminuye la sensación de picor”. No es que realmente esté desapareciendo el prurito, sino que el rascado produce dolor y “para el organismo es un estímulo prioritario sobre el picor porque indica un riesgo para la integridad de los tejidos”. Dicho de otro modo: se trata de algo más importante a lo que prestar atención. “Nuestro sistema nervioso ha evolucionado para funcionar así”, resalta el neurocientífico. “Por lo tanto, cuando aplicamos un estímulo doloroso a la zona en la que estamos sintiendo el picor, lo que hace es enmascarar completamente esa sensación de picor y por eso sentimos esa sensación de alivio”, concluye.
Pero ahí acaba la relación entre el dolor y el picor, que actúan sobre receptores y vías neuronales completamente diferentes.
Terapias para el dolor y el picor
La forma de abordar cada tipo de estímulo es totalmente diferente, tal y como expone Clemente: “Hay tratamientos específicos para el picor y tratamientos específicos para el dolor”. Para el dolor se utilizan fármacos anestésicos y analgésicos y para el picor se dispone, por ejemplo, de cremas para la piel.
En este punto, Escalante señala que, tradicionalmente, se ha investigado más a fondo el dolor y, por eso, se dispone de más estrategias terapéuticas frente a él. “Se consideraba que el picor era como el hermano pequeño de la familia y se ha dedicado mucho más tiempo y recursos de investigación a estudiar los mecanismos del dolor”.
Pero en los últimos años, desde que se descubrieron los receptores específicos de picor, “la situación se ha ido equilibrando” y la investigación va esclareciendo algunas cuestiones cruciales. Escalante ha descrito una pequeña población de neuronas en la médula espinal que se encargan de cuestiones como, por ejemplo, “que no sintamos que llevamos la ropa encima con cada movimiento que hacemos”. Cuando esas neuronas no funcionan bien, los animales de experimentación desarrollan picor crónico. “Se cree que gran parte de los pacientes sienten ese picor crónico debido a que su sistema sensorial no está identificando bien los estímulos que llegan al sistema nervioso y los está malinterpretando como picor”, explica el neurocientífico. “Y eso parece estar controlado por estas neuronas con las que estoy trabajando, denominadas Ptf1a”.
La gran esperanza es que la comprensión de estos mecanismos biológicos lleve al desarrollo de terapias efectivas.
Del picor ‘contagioso’…. al prurito incapacitante
Es muy posible que quienes leen estas líneas estén experimentando algún tipo de picor. No es nada extraño; aunque no se sabe muy bien a qué se debe, el picor puede ser contagioso. “Hay un par de artículos científicos publicados hace dos o tres años que demuestran que, al menos en ratones, eso existe”, apunta Escalante. “Si pones a un animal mirando a otro que está rascándose, empieza a rascarse también”.
Dejando aparte las curiosidades en torno al prurito, lo más relevante es que es que tiene un impacto en la calidad de vida mucho mayor que el que históricamente se le ha concedido. Se calcula que una de cada cuatro personas va a desarrollar picor crónico a lo largo de su vida y se ha constatado que su gran prevalencia está ligada al envejecimiento de la población. “Hay estudios que demuestran que con el envejecimiento se alteran algunas propiedades y componentes de la piel y eso tiene como consecuencia el desarrollo de picor crónico”, revela el neurocientífico del Instituto de Neurociencias de Alicante.
El picor crónico, que puede llegar a ser muy incapacitante, está ligado a numerosas enfermedades de la piel, pero también a patologías que afectan a otras partes del organismo. Un amplio porcentaje de pacientes con cirrosis hepática lo acaban desarrollando, así como muchos enfermos en diálisis y quienes padecen algunos tipos de cáncer.
El picor es, sin lugar a dudas, uno de los síntomas por excelencia de las enfermedades dermatológicas. En cambio, “hay muy pocas patologías de la piel que produzcan dolor”, asevera el dermatólogo de la AEDV. Un ejemplo son los denominados tumores glómicos, que son de carácter benigno y dolorosos. En afecciones como la dermatitis atópica o la sarna, el dolor es secundario: se deriva del picor, que conduce al rascado compulsivo, que finalmente produce una lesión que genera dolor. Ahí está de nuevo la relación entre las dos sensaciones… pero es circunstancial.
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