Hay un efecto secundario del tratamiento del cáncer que no afecta al riñón, el corazón o el hígado, sino al bolsillo. Se trata de la toxicidad financiera, producida por los innumerables gastos que no cubre el sistema sanitario.
En el último congreso del Grupo Español de Tratamiento de Tumores de Cabeza y Cuello se ha hablado de medicina de precisión en tumores de glándula salival, nuevas dianas moleculares en cáncer diferenciado de tiroides, oncología radioterápica… y toxicidad financiera. ¿Qué tienen que ver las finanzas con el cáncer? Mucho, y no solo en países en los que no existe sanidad pública.
“Estoy arruinado y he vendido mi casa para poder pagar el tratamiento del cáncer”. Esta afirmación es más propia de países como Estados Unidos, en los que solo quienes tienen un buen seguro de salud -y muchas veces, ni siquiera en esos casos- pueden afrontar la terapia del cáncer. En España y otras naciones, el sistema nacional asume todo el coste médico, pero pasar por un proceso oncológico suele acarrear muchos otros gastos que suponen un desembolso importante.
La precariedad laboral, la pandemia de Covid-19, las sucesivas crisis económicas y el aumento de las personas que sobreviven a un cáncer han puesto de manifiesto que, junto a los efectos secundarios del tratamiento de los tumores -que impactan en la salud-, cada vez son más frecuentes los problemas económicos asociados a las bajas laborales, la discapacidad o las secuelas del cáncer. De ahí que muchos médicos estén ya familiarizados con el concepto de toxicidad financiera e, incluso, lo aborden en sus congresos científicos.
No es infrecuente que una persona que supera un largo tratamiento frente al cáncer acabe perdiendo su trabajo porque en su empresa deciden prescindir de sus servicios tras las continuas ausencias. También se da el caso de quienes no pueden reanudar su actividad laboral porque han perdido la voz o ya no pueden realizar una actividad física intensa. Además, hay que tener en cuenta que algunos fármacos, cremas y otros productos no están totalmente financiados por el sistema público. Otro ejemplo son los traslados al hospital: muchos pacientes con pocos recursos económicos tienen que acudir cada día o prácticamente a diario al hospital para su tratamiento, lo que supone una sucesión de continuas mermas en sus ya maltrechas finanzas.
El trabajador social, clave frente a la toxicidad financiera
Una de las participantes en el congreso que se acaba de celebrar en Barcelona es la oncóloga médica Beatriz Cirauqui, del Instituto Catalán de Oncología (ICO), quien señala que se trata de “un tema que vemos en el día a día en la consulta y es una realidad que hay que afrontar y dar a conocer”. Además, reconoce que muchas veces los propios médicos “no sabemos muy bien cómo abordar esas situaciones para ayudar a nuestros pacientes”.
Por eso, el grupo multidisciplinar que trata los tumores de cabeza y cuello en el ICO integra a una trabajadora social, que es la que se encarga de atender a las personas con necesidades especiales sociales o financieras. Entre otras cuestiones, les asesora sobre cómo solicitar ayudas económicas y a qué entidades deben recurrir.
Aunque muchos servicios de oncología no tienen un contacto tan estrecho con el trabajador social, es una figura que está presente en todos los hospitales y ambulatorios, a disposición de aquellos pacientes que se encuentran en una situación de fragilidad social.
Por otro lado, siempre es posible recurrir a las asociaciones de pacientes. Algunas de ellas, como la Asociación Española Contra el Cáncer, disponen de múltiples modalidades de ayuda a los pacientes y sus familiares.
Toxicidad financiera en cáncer de cabeza y cuello
Estos son algunos de los gastos que tienen que aportar de su bolsillo los pacientes con cáncer de cabeza y cuello:
Sufren con cierta frecuencia alteraciones renales que hacen que pierdan magnesio. Los suplementos de este mineral no están financiados por el sistema sanitario.
Cremas que suelen requerir los pacientes por la toxicidad de los tratamientos.
Medicación para el dolor (como los parches de morfina), que está financiada, pero tiene un coste que muchas personas no pueden afrontar.
Algunos tratamientos acaban ocasionando una pérdida de funciones, como el habla o la deglución, que impiden a muchos retomar su trabajo.
En los casos en los que el médico prescriba actividad física, el gimnasio para realizar ejercicios de fuerza que permitan una mejor recuperación corre a cuenta del paciente.
A veces quedan secuelas estéticas, que también dificultan la vuelta al entorno laboral y pueden causar problemas psicológicos que requieren terapia.
Toxicidad financiera en cáncer de mama
La Asociación Española Contra el Cáncer recoge en un informe publicado en 2020 el impacto de la toxicidad financiera en pacientes con cáncer de mama. “Si bien es cierto que en España el Sistema Nacional de Salud cubre la atención sanitaria, sigue habiendo muchos costes asociados a la enfermedad que no siempre se miden”, aseguran desde la entidad. “Un 42% de las enfermas con trabajo antes del cáncer de mama pierden casi todos sus ingresos; algo que provoca una situación económica severa en el 21% de los hogares, y que muchas pacientes (un 4%) afrontan sin ningún tipo de soporte familiar”.
La AECC calcula que, entre gastos directos, ocultos y pérdida de ingresos por bajas, despidos y reducciones de horarios, el cáncer de mama puede llegar a tener un coste de hasta 42.000 euros por paciente.
Unos 9.200 euros corresponderían a gastos directos destinados a productos farmacéuticos o servicios médicos sanitarios. Y dentro de ellos, 3.590 se dedican a psicoterapia, rehabilitación, psicología y atención médica privada; 2.238 a farmacia y parafarmacia; 896 a productos ortoprotésicos; y 2.573 a cuidados del afectado y servicio de ayuda a domicilio.
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