Un fármaco para la disfunción eréctil podría ser útil frente al Alzheimer y otro que se utiliza para tratar la diabetes muestra efectos antienvejecimiento. La investigación en torno a los usos alternativos de los medicamentos ayuda a comprender los mecanismos patológicos compartidos.
El tratamiento de las enfermedades está lleno de sorpresas: no es raro que un medicamento que se creía útil para una patología resulte ser mucho más eficaz frente a otra dolencia totalmente distinta y ese descubrimiento se haga de forma prácticamente casual. Los científicos prefieren hablar de serendipia porque nada cae del cielo e incluso para realizar esos hallazgos de rebote, es necesario conocer la materia con la que se trabaja. En esta historia de carambolas, el fármaco Viagra (sildenafilo), indicado en el tratamiento de la disfunción eréctil o impotencia, ocupa un papel estelar.
Algunos medicamentos parecen tener cientos o miles de usos distintos, al menos en teoría. Sin embargo, la mayor parte de las investigaciones destinadas a evaluar esas nuevas utilidades, es decir, al reposicionamiento de fármacos, no llegan a buen puerto por la escasez de financiación científica o la falta de interés de los laboratorios farmacéuticos, que miran muy bien dónde pueden invertir su capital.
Te proponemos un pequeño viaje -circunscrito al ámbito de la investigación científica- a través de distintas enfermedades que podrían compartir fármacos. Estas son las paradas de ese recorrido: la angina de pecho y la disfunción eréctil; la disfunción eréctil y el Alzheimer; el Alzheimer y la obesidad; la obesidad y la diabetes y, por último, la diabetes y el envejecimiento (aunque su consideración como patología es muy controvertida).
De la angina de pecho a la disfunción eréctil
El objetivo inicial de la famosa pastilla azul no era el tratamiento de la disfunción eréctil, sino la búsqueda de un nuevo fármaco para la angina de pecho. En los ensayos clínicos se descubrió que los pacientes presentaban un efecto secundario inesperado pero en absoluto indeseado: tenían erecciones de mayor calidad. Fue entonces cuando se pusieron en marcha los estudios para esta nueva indicación, que culminaron con el nacimiento de Viagra.
Aunque es algo mucho menos conocido, el sildenafilo también se usa en la actualidad para el tratamiento de la hipertensión pulmonar, pero con una dosis diferente y otro nombre comercial (Revatio), ya que reduce la tensión sanguínea en los pulmones dilatando los vasos sanguíneos.
De la disfunción eréctil al Alzheimer
¿Qué tienen en común la disfunción eréctil y la enfermedad de Alzheimer? Más de lo que se podría esperar, a tenor de la posible contribución del sildenafilo en la prevención de esta demencia. Según una de las hipótesis con las que se trabaja, este fármaco actuaría sobre la interacción de dos proteínas clave en el desarrollo de Alzheimer, llamadas beta-amiloide y tau. Esta enfermedad se caracteriza por una importante pérdida de neuronas, que se relaciona principalmente con dos tipos de alteraciones: la acumulación de placas de proteína beta-amiloide y la formación de ovillos neurofibrilares de proteína tau.
Un estudio publicado recientemente en la revista Nature Aging, basado en el análisis de un registro de pacientes, ha relacionado el consumo de Viagra de forma habitual con una reducción del 69% en la incidencia de Alzheimer. Los investigadores aclaran que, de momento, no se puede establecer un vínculo causal, ya que para ello sería necesario llevar a cabo un ensayo clínico.
Ignacio Martínez-Salamanca, médico adjunto del Servicio de Urología del Hospital Universitario Puerta de Hierro-Majadahonda (Madrid) y director médico de Lyx Instituto de Urología, recuerda que el sildenafilo “es un potente vasodilatador” y esa acción podría explicar, al menos en parte, el efecto preventivo frente a la enfermedad de Alzheimer, cuyo desarrollo también se ha vinculado con problemas vasculares. Pero el urólogo resalta que la actividad del fármaco sobre las proteínas beta-amiloide y tau, observada en ensayos preclínicos (con animales), revela que sus efectos pueden ir mucho más allá.
Además, considera perfectamente posible que esos resultados sean extrapolables a todos los medicamentos de la familia del sildenafilo, los inhibidores de la fosfodiesterasa 5. Entre ellos se encuentran tadalafilo y vardenafilo. “Sería interesante estudiar qué sucede en los pacientes que consumen tadalafilo porque su vida media es más larga que la del sildenafilo, por lo que sería esperable un mayor efecto”. La vida media de sildenafilo es de 7-8 horas, mientras que la de tadalafilo asciende a 17.
Del Alzheimer a la obesidad
El siguiente trayecto de este viaje farmacológico es el que enlaza el Alzheimer con la obesidad. En esta ocasión, el protagonista es un fármaco inhibidor de la fosfodiesterasa 9 (PDE9) que se encuentra en investigación, por lo que aún no tiene nombre. Se empezó a investigar como tratamiento de la demencia, pero podría tener un destino muy diferente o, como sucede en un alto porcentaje de los casos, acabar en el cementerio de los medicamentos abandonados porque nadie se interesa comercialmente por ellos, o bien porque sus efectos secundarios son inasumibles.
El caso es que no parece que el nuevo producto tenga mucho futuro frente al Alzheimer, pero por el camino ha surgido un desvío interesante. Los resultados de un estudio publicado a finales de 2021 en Journal of Clinical Investigation revelan que este inhibidor de PDE9 estimula a las células a quemar más grasa, de lo que se deduce que podría contribuir al tratamiento del sobrepeso y la obesidad.
De la obesidad a la diabetes
La terapia farmacológica de la obesidad es una historia de euforia y desencanto a partes iguales. En las últimas décadas se han desarrollado y aprobado varios medicamentos con esta indicación que, finalmente, se han retirado del mercado por su ineficacia o efectos adversos graves.
Pero las lecciones aprendidas en esas idas y venidas han servido para plantear nuevas opciones terapéuticas. Una de las cosas que han quedado establecidas es el estrecho vínculo entre la obesidad y la diabetes tipo 2, que también se ha plasmado en la aparición de medicamentos para tratar las dos patologías de forma conjunta.
Por ejemplo, orlistat es capaz de prevenir la aparición de diabetes tipo 2 en individuos obesos con tolerancia alterada a la glucosa. No obstante, los vínculos más estrechos van en la dirección contraria: medicamentos para la diabetes que se revelan también útiles para combatir la obesidad. Así ha sucedido con liraglutida, que es un agonista del receptor del péptido de tipo 1 similar al glucagón (GLP-1) que se aprobó para el tratamiento de la diabetes mellitus tipo 2, pero puede tener más indicaciones porque también induce mejorías significativas en el peso corporal y sobre diversos factores de riesgo cardiovascular.
De la diabetes al envejecimiento
Entre los fármacos con más vidas cabe destacar el antidiabético metformina, al que se le ha atribuido el poder de combatir las enfermedades neurodegenerativas, las cardiovasculares e, incluso, el cáncer. Hay quien proclama que podría emplearse para frenar el envejecimiento, algo que de momento suena a exageración.
Sin embargo, aunque su uso como elixir de la eterna juventud quede descartado, lo cierto es que este medicamento ejerce una actividad sobre la maquinaria molecular del envejecimiento. Habrá que esperar a que las investigaciones en curso ofrezcan resultados definitivos.
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